EL CANTO DEL
CENZONTLE
ISAÍAS LOPEZ ABUNDIS
En el concierto de
la libertad de expresión, en México (al igual que en otros países), muchas voces de periodistas han callado
por haber hecho uso de la palabra escrita para decir verdades, el caso más
sonado desde hace muchos años, es el de Manuel Buendía.
En Guerrero, como
en todo el país, existen buenos periodistas, idealistas, neutrales, que
transitan por terrenos llenos de arenas movedizas. Sirva este espacio para
expresar un merecido reconocimiento a Misael Tamayo y Amado Ramírez, mártires
del periodismo.
Si bien es cierto
que la democracia ha avanzado, que la libertad de expresión hoy es más, digamos
tolerada, hace falta que algunos líderes de los ámbitos habidos y por haber,
reconozcan que un buen periodista es portador en ocasiones, del canto de aquel
cenzontle que canta a Dios, a la vida y a la naturaleza, pero que casi nunca es
escuchado en sus justos reclamos por mejores condiciones de existencia y
convivencia propia; y del pueblo impotente a quien dan voz, y que la crítica
puede servir para recordarles que sus esfuerzos e intereses deben estar
encaminados para dar bienestar a las mayorías que son sus representados. Ya
sean éstos líderes de entidades de gobierno, de instituciones ó empresas
públicas y privadas, sindicales, de beneficencia, etc., que bien pudieran ser
la “vaca de oro” de mi pensamiento.
Deseo que el cuadro
que mi mente elucubró y que a continuación describo, quede solamente plasmado
en el papel, que la voracidad y otros males sean alejados de nuestro cielo. Que
la ecuanimidad, la generosidad y la justicia toquen el corazón de los poderosos
y traten bien a “la vaca de oro” para que a su vez brinde consuelo y alimento a
los que menos, o nada tienen.
“LA VACA DE ORO”
ISAÍAS LOPEZ ABUNDIS
Cierto día, un
atribulado Cenzontle, se posó en un árbol,
Al ver a una pobre
vaca de oro, entrar en franca agonía,
Tirada
estaba...llorosa, quejumbrosa y flaca
¡útil y fértil aún
se sentía!
Tal vez ese era el
motivo, por el cual quería seguir viviendo,
El Cenzontle
dispúsose a aliviar un poco su pena,
Cantándole un
canto... un canto de esperanza y alegría,
Más, de pronto, lo
acallaron los graznidos de unos buitres,
Que a la vaca de
oro vieron sin defensa,
¡y venían a ayudar,
según decían, a aliviar su necesidad, su sufrimiento!
¡le sacaron los
ojos, le destrozaron sus tetas,
esas tetas, que a
tantos dio alimento!
¡entraron por su
“fondillo” desgarraron sus entrañas!
Así,... aquella
pobre vaca de oro, exhaló su último aliento,
Sólo huesos ¡No
dejaron ni su cuero!
Tal festín, no se
había visto en tanto tiempo,
Y los dueños,
resignados, de lejos sólo estaban viendo...
Impotente, aquel
pobre cenzontle, sólo gorjeó amargo lamento,
¡Si destruyendo
pretenden ayudar...
que no harán, cuando quieran destruir!
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