UN SUEÑO DE AMOR
Autor: Isaías López Abundis
Aquel día
parecía ser como otro día cualquiera, transcurría todo muy normal, me asomé por
la ventana de mi casa, el sol se derramaba por sobre los tejados de las casas,
y los perros corrían hacia el arroyo en busca de agua, siguiendo el andar de
las mujeres del pueblo. Sin embargo, algo estaba por suceder.
Al pie de
aquel grande y frondoso árbol de parota, que estaba plantado casi frente a mi
casa y a orillas del río que bordeaba a mi pueblo; ese buen árbol a quien no le
importa brindarle su sombra a quien se le arrime; ahí se encontraba una
joven hermosa de
piel blanca, de
ojos grandes y claros como la
miel, su cabello largo y dorado como los
rayos del sol. Yo salí de la casa con la intención de hablarle; pero conforme
avanzaba, mis ánimos decaían, al ver
como todo lo hermoso que tenía esa joven, no mayor de dieciocho años, contrastaba
con la gran tristeza que reflejaban sus ojos; muy seria y con la vista perdida,
parecía que le platicaba
sus penas a aquel árbol que no tenía más remedio que escucharle. Ella me
ignoró y yo sin hablarle, me regresé a l interior de la casa y la seguí
observando por la ventana; vi como se alejaba cabizbaja, como si quisiera
encontrar en el suelo las respuestas a todas sus interrogantes ó dudas; al día
siguiente, a la misma hora, volví a mirarla, estaba en el mismo lugar, sentada
sobre las raíces de aquel enorme árbol.
Pasaron los
días, se acabaron las vacaciones
y todos los “chavos”
teníamos que regresar
de nuevo a clases, aparentemente todo volvía a la
normalidad.
Un lunes por la mañana
salí camino a la
escuela, iba apenas a una
cuadra de mi
casa cuando a lo
lejos miré a la
enigmática joven con unos
libros bajo el
brazo; caminé hasta
llegar muy cerca
de ella, intenté
hablarle pero tuve miedo de asustarla;
la seguí como una sombra, como un
ángel guardián. Grande
fue mi impresión
al ver que aquella bella chica entraba a las
instalaciones del plantel; de mi
querida escuela donde yo estudiaba el Bachillerato. Al verla, mis
compañeros se quedaron admirados, atónitos
y al mismo tiempo
me decían vulgarmente:
-preséntala “wei”, “chale carnal”,
está “chida” parece artista de cine, ¿donde la encontraste?- ella
haciendo caso omiso
a sus piropos y a la algarabía que provocaba siguió caminando,
todos estábamos muy
alegres de haber
regresado de nuevo a
clases, de saber
que era el
ultimo año que pasaríamos juntos y que
pronto deberíamos cursar una
carrera en la
Universidad.
Entramos al
salón de clases,
todos estábamos platicando de
nuestras aventuras, de lo que vivimos en el período de vacaciones. cuando de pronto vimos entrar a la maestra con
aquella joven con cara de niña;
mi corazón dio un vuelco cuando escuché
a la maestra
que presentaba a la
nueva compañera de nombre: Yuridia Olmedo Franco, todos
le brindamos un
aplauso de bienvenida; luego en coro le
pedimos que hablara para saber cual era su impresión sobre su nueva
escuela, yo estuve observándola fijamente, casi sin parpadear, era notorio su
nerviosismo porque trataba de esquivar o esconder su mirada.
Su voz sonó
como un melodioso susurro, me sonó como el canto del arroyo que baja de la
montaña, sólo recuerdo que dijo que le daba gusto entrar a nuestra escuela, que
le parecía muy bonita, después ya no supe que fue lo que dijo, estaba yo
embobado con su imagen, con su bello y melancólico rostro; me dio la impresión
de que era una chica muy sensible y muy inteligente. Por mi parte, yo me
considero un chico sensato, romántico, amistoso, de buenas costumbres y sobre
todo, respetuoso, de pronto, me sentí
feliz de saber que muy pronto podría
llevarme muy bien
con ella, de cargarle sus libros,
de invitarle un refresco, en fin…¡tantas cosas!
Al oír tocar
el timbre de salida, guardé todos mis libros y caminé hacia donde se encontraba
con el firme propósito de entablar con
ella una sincera amistad, si embargo, al llegar donde estaba platicando con una
compañera, mi imagen se reflejó en un vidrio del ventanal que estaba a sus
espaldas, y me hizo recordar el color de mi piel morena. se me fue la voz, mi
boca se negaba a expresar palabra alguna, di un sesgo y me dirigí hacia otro
lugar, ¡estúpido!, me dije a mí mismo. Siempre era igual, el psicólogo de la
escuela me decía que yo tenía un fuerte complejo de inferioridad que debía
superar, ya que todos, (me decía) somos iguales. Pero eso para mí, era muy
difícil de superar.
Pasaban los
días, el fin de cursos estaba cerca, todos se preparaban y planeaban para
la graduación; en clases, yo seguía pensando en Yuridia, en invitarla a cenar y a bailar
en la noche, juntos los dos bajo el
manto azul de donde penden las estrellas
y la luna;
sin duda seria
una velada bellísima.
Los días
pasaron muy rápido, remolcados por el vagón del tiempo… ¡Al fin! La fecha tan esperada llegó, todos
estábamos felices en
especial yo; todos estábamos sentados a un costado de la
mesa de honor, vestidos de gala, era el último día que pasaríamos lista en
nuestra escuela, la cual estaba alegremente adornada para despedirnos, me
sentía entre alegre, ansioso, triste, nostálgico, una mezcla de todos estos
sentimientos inundaba mi ser, sin embargo, no dejaba de sonreír;
con la mirada
busqué a Yuridia, al mirar hacia atrás, en la siguiente fila...¡ahí estaba,
radiante! Bella como ninguna, apenas iba
a decirle algo, cuando escuché una voz dulce y
tierna que salía
de su sensual boca: - ¡hola, como
estás!-, mi corazón parecía que se me iba a salir del pecho cuando contesté
-¡hola!, - ¿Estas tan emocionado
como yo?-, -si por supuesto- le dije al tiempo que le
preguntaba, ¿qué harás después de la ceremonia?, -iré a comer con mis tíos y
...¡ya!,- oye, te invito a salir hoy por la noche a caminar por el parque, que
dices ¿aceptas?, -sí, claro, ve por mi a las ocho, ya sabes donde vivo- ¡sí!
Entonces, te veo a las ocho.
¡Era
increíble! ¡Me dijo que sí!, me moría de la emoción al saber que pasaría por
ella en la noche, en ese momento me
olvidé de mis traumas y temores, de mi color, de ¡todo!. Sólo pensaba en ella. Después
de la ceremonia, mis padres, mis hermanos y familiares me felicitaron y todos degustamos
una rica comida preparada por mi madre, pero yo no me concentraba, mi mente
estaba en otro lugar.
Llegué
puntualmente a las ocho, cuando la vi salir me di cuenta que era la niña de
mis sueños, la más hermosa de todas las
mujeres; con su vestido rojo que le dibujaba su
exquisita figura, la tomé de las manos y caminamos a los lugares más
bellos de mi pueblo, pasamos frente a la iglesia, nos sentamos en una de las
bancas del pequeño parque, le compré un algodón de azúcar, ella reía con una
alegre y cristalina risa, que inundaba mis oídos, después me pidió que la
acompañara a recorrer la ribera del río, así llegamos hasta aquel árbol que se encontraba
casi frente a mi casa, en donde yo la vi por primera vez, nos sentamos en una
de las raíces que sobresalía de la tierra; la vi tan alegre y efusiva, que ahí,
le declaré mi
amor y le pedí que fuera mi novia, ella se me quedó viendo y con un dulce
acento en su voz, que no olvidaré jamás, me dijo que sí! Todo estaba perfecto,
la sentía bella como la noche,
brillante como las estrellas y a nuestro derredor, las luces
que llegaban de las casas cercanas, semejaban velas que iluminaban nuestro amor,
luces que junto con el viento, jugaban con el cabello de
mi amada Yuridia. No hubo champaña, el platillo fuerte y el postre de
ese día fueron las caricias que nos prodigamos; me confesó que al igual que yo,
eran los primeros besos de amor que alguien le daba.
Una
música romántica se escuchó a lo lejos,
música de guitarras y una melodiosa voz que decía: “por buena suerte te encontré/ en
mi camino/ y desde entonces yo soñé/ que fueras mía”, yo tomé sus
delicadas y blancas manos que contrastaban con las mías y bailamos tan pegadito
que quería incrustarla en mi pecho. Un
dulce y suave beso selló aquella noche nuestro naciente amor.
El viento
empezó a soplar muy suavemente, después más fuerte, de pronto empezaron a caer
gotas de agua, parecía que el cielo
quisiera participar de nuestra
felicidad; los dos corrimos hacia el caserío y nos refugiamos en el
quicio de una puerta que se encontraba cerrada, quedamos los dos muy juntitos,
aspiraba yo su perfume y su aliento y no sabía cual era más agradable; entonces
ella me dijo, -cuéntame de ti-, -bueno, soy un chico serio, un tanto
introvertido, pero me gusta hacer amigos, soy responsable en la escuela y en la
casa, aunque no somos ricos, mis padres
me dan todo lo que necesito para estudiar y yo les correspondo poniendo empeño
en las labores escolares.
-Ahora tú, dime ¿qué hacías bajo nuestro árbol?- un velo de tristeza ensombreció sus ojos al
tiempo que decía: -hasta hace unos meses, era yo la chica más feliz de la
tierra, hija única; mis padres me querían y me cuidaban; con ellos, al igual
que tu con tus padres, tenía todo. Pero un triste día, salieron en su auto a
una ciudad vecina y en el trayecto los asaltaron, los asaltantes no se
conformaron con su dinero, sino que les quitaron también la vida, al no tener
más parientes en la ciudad, tuve que venirme a vivir con mis tíos, mi vida
cambió por completo, extraño mucho a mis padres. Sólo hasta que te conocí
empecé a ver la vida diferente, adiviné que me querías desde el primer día en
que nos conocimos, me agradó que respetaras mi dolor, la segunda vez que nos
vimos en la escuela y no te atreviste a hablarme; supuse que tú también tenías
un problema con tu color de piel y eso me enterneció. Quiero decirte que a mí
no me importa el color de la gente, me gustas porque tienes un buen corazón,
porque sé que eres responsable y un hijo cariñoso, que al respetar a tus padres
demuestras que eres humano y sensible, mis tíos también te tienen en muy buen
concepto; por mi parte, he visto como te esfuerzas y tratas de superarte en la
escuela. ¡por eso te quiero!-,
Me dejó sin aliento, me había descrito como yo también
pienso que soy, me sentí feliz de haberla conocido, de saber que me quería, que
me amaba, estaba tan contento que no sentí cuando se desprendió de mis brazos y
corrió otra vez hacia el árbol, a media calle me gritaba ¡ven, alcánzame!
Cuando de pronto; se oyó un horrible estruendo al mismo tiempo que una luz
cegadora inundaba mis ojos, cuando los
abrí, Yuridia estaba tirada a media calle, ¡la había tocado un rayo! Todo mi
ser se estremeció, corrí al tiempo que gritaba, ¡Dios mío…no! ¡Yuridia, no! La
tomé entre mis brazos, su pelo y su cara presentaban horribles quemaduras, ¡no
Yuridia, no me dejes!. Cuando de pronto sentí unos golpes en mis costillas, en mi
cara; -despierta Javier, despierta! ¿Qué son esos gritos?
Otra vez te agarró la pesadilla ¿verdad?, levántate que
hoy es el día de la clausura y se te hace tarde. ¡Santo Dios! Todo había sido
un sueño, cuando aún percibo su cálido aliento y su perfume, si todavía tengo
en mis labios el sabor de sus besos.
Estoy sentado junto con mis compañeros frente al
presidium de honor, el conductor de la ceremonia de clausura realiza el último
pase de lista, regreso a ver hacia atrás; no está, nunca estuvo. Sin embargo
hoy me siento liberado de mis temores y traumas, ahora tengo la certeza de lo
que valgo y de lo que soy, que habrá alguien que se fije en mí por los valores
que llevo dentro. Escucho mi nombre, me levanto y camino con paso firme,
seguro, con la frente en alto… ¡Yuridia, algún día te encontraré!
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