MARQUELIA Y “LAS PEÑITAS” SIGUEN
DE LUTO.
ISAÍAS LOPEZ ABUNDIS.
A dos años del fallecimiento
de mi amigo Epigmenio Panchí, quien vivió en la playa “Las Peñitas”, hoy quiero
compartir con ustedes amables lectores, lo que escribí como una despedida a
este buen hombre, que supo darnos momentos agradables a quienes tuvimos la
fortuna de conocerle. Todavía en las reuniones bohemias su nombre sale a
relucir por las ocurrencias, acciones, hechos ó anécdotas que “Meño” dejó en la
vida, en la mente y en los corazones de sus amigos.
Se, que una nueva luz// habrá
de alcanzar nuestra soledad// y que todo aquel, que llega a morir// empieza a
vivir una eternidad.
Hoy en día, en las ciudades,
se van perdiendo los valores, el saludo diario, la capacidad de asombro, la
solidaridad en la alegría y en los actos mortuorios. En las agencias fúnebres,
se ve sola la caja con el cuerpo del difunto, en el velatorio muy pocos le
acompañan; en los nuevos panteones todo se privatiza (hasta el sentimiento), un
ramo de flores artificiales adornan lo poco que asoma de la tímida tumba,
cubierta de pulcro pasto. En la provincia, el que se conmueve y llora, es el
pueblo.
Epigmenio Panchí Rodríguez, “Meño”, falleció el día 15 de
diciembre. Voy a dar sus pormenores: Meño era un gran hombre, y no precisamente
por su estatura; moreno, de raza afromestiza ó afromexicana, de raíces
Juchitecas por su padre y huehuetecas por su madre, de cabello cuculuste,
bigotón, sincero, de mirada franca, bohemio, cantador de bien timbrada voz, sus
canciones preferidas “Quemame los ojos” y “Mar” (de José Alfredo Jiménez),
dicharachero siempre alegre; su risa clara y contagiosa sonaba como agua
vaciada de un cántaro, donde él se encontrara nadie estaba serio ó aburrido.
Acostado en su hamaca de
frente al mar, a pregunta expresa contestaba un día: aquí s´toy esperando el
barco que me regrese a mi otra patria (Africa). Cierto día, un amigo después de
convivir con él se despide diciéndole: -otro día te visito Meño, a ver si te
encuentro-, a lo que Meño le contesta, -sí amigo, aquí me jallas (y señalando
con el dedo le dice) si no me jallas en esta hamaca, me jallas en aquella
otra!.
Todos sus amigos fuimos
siempre bien recibidos en su casa junto al mar, en distintas ocasiones
estuvimos con él los siguientes músicos: el mariachi Azoyú, Amante Sugía, Angel
Damián, Polo Moctezuma, Ramón Estrada, Juan Carlos “Juanillo” Anzo, Adrián “El
pajarito”, Cándido Castellanos, Alfredo “Capello” Niño, Tony Magallón, el que
esto escribe y muchos, muchos más. Sus amigos más asiduos: Sabdí Bautista, Don
Pancho Santos, de San Luis Acatlán; pero uno que fue como su hermano, lo fue
Heriberto Carmona Astudillo, quien al fallecer, se le vió a Meño llorar, y se
le escuchó decir: “Beto me ha pega´o un balazo, y creo que esta herida nunca me
va a sanar”.
En su velación, infinidad de
amigos, gente de Juchitán, de Huehuetán, y de toda la Región le acompañamos, una
“música de viento” sobrecogía aún más el corazón con sus valses y piezas
fúnebres. Su cuerpo fue sepultado en Juchitán volviendo a sus orígenes. Y como
diría López Velarde, “Mientras del esbelto campanario, salen y rayan los cielos
las palomas con sus vuelos, cual si las torres “Meño”, te dieran la bienvenida
agitando sus pañuelos”.
Le sobreviven sus hermanos
Juvenal y Roberto, su esposa María Salas, sus hijos: Chicho, Filomeno, Andrés,
Ricardo, Joaquín, Javier, Liliana y Prisma, y la numerosa familia Panchí.
De las canciones que él
cantaba, sus letras cobran vida en su deceso, una que dice: “deja que tus manos
no sientan el frío// el frío terrible de la soledad// quémame los ojos, si es
preciso vida// pero nunca digas que no volverás”. Y la otra que repite y que
termina: “Mar, llegaste hasta la orilla que Dios te señaló// Mar, no puedes
abarcar aunque quisieras más que yo// yo, que quiero a fuerzas adueñarme de tu
amor// pero siempre mi vida, se detiene en la orilla// que Dios también a mí me
señaló”.
¡Hasta la vista, Meño!, por
más rápido que vayas, ¡Te alcanzaremos!
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