viernes, 18 de julio de 2014

"Una Mujer de las que ya no hay"

“UNA MUJER DE LAS QUE YA NO HAY”
Isaías López Abundis

Doña Angela Abundis Franco, es de esas mujeres que ya no existen (salvo algunas honrosas excepciones); porque en la actualidad, las mujeres buscan la conveniencia, incluso algunas jovencitas creen que casándose resuelven su vida al tener quien las mantenga, y algunas madres aconsejan a sus hijas para que escojan al mejor partido; y ¿quién es el mejor partido? Pues aquel que tiene más dinero, que tiene carro, terrenos, ganado, etc.
Doña Angela, es Mi Madre. Es ella como una “Cucuchita” que hasta en la desgracia canta, menudita, de andar ligero; a sus 88 años, asemeja una codorniz a punto de emprender el vuelo. Una mujer de carácter y determinación y al mismo tiempo; sensible, alegre, dicharachera, declamadora y cantadora.
Nos contaba mi padre Isaías López Oliva (+), que el amor les pegó con fuerza; ella, dedicada a las labores del hogar; él, músico de cuna humilde, sólo contaba con el respaldo de Don Melquiades Bautista Priego (+), hombre acaudalado de mi pueblo de Azoyú, (con quien trabajaba). Mi abuelo Manuel Abundis Priego, que también contaba con sus tierras y ganado vacuno, no aprobaba su noviazgo por razones obvias. Sin embargo, llegó el día en que Don Melquiades y otras personas fueron a pedir la mano de mi madre para mi papá; mi abuelo Manuel no pudo negarse al “pedimento” ya que Don Melquia era su pariente y además lo respetaba mucho. Ya en la plática, mi abuelo manda a llamar a mi madre y le dice; mira hija: estos señores vienen a pedir tu mano para Isaías, y dicen que tú estás de acuerdo, yo te pregunto; ¿tú te mandaste pedir? Antes de que me contestes, te digo que ese joven es muy pobre y podrás pasar muchas carencias.
Y la joven Angelita, con ese valor y esa determinación que le caracterizan hasta la fecha (a sus ochenta y ocho años), le dice a mi abuelo: mire apá, con todo el respeto que se merece; sí, es cierto, estoy de acuerdo porque quiero a Isaías, sé que es muy pobre pero primero Dios, y con la bendición de usted y mi mamá saldremos adelante, y si él en su pobreza no pudiera comprarme vestidos nuevos, usaré los mismos volteando lo de atrás para adelante.
Se levanta mi abuelo y exclama, ¡Señores, no se hable más! Mi hija se casará con Isaías, ustedes pongan la fecha!
A cambio de ese gesto, y por amor; mi padre jamás le levantó la mano a mi mamá, y duraron 58 años de casados, siempre unidos, siempre auténticos, apegados a Dios, ricos de cariño y amor, hasta el año dos mil cinco, año en que el Creador se lo llevó a él. Y aún tenemos la fortuna de contar con su presencia, aún sumida en sus recuerdos y añoranzas del lejano ayer, riendo en ocasiones con nosotros y llorando en otras, según las vivencias del pasado que nos llegan a la memoria, y a la mesa que algún día compartimos con mi padre.

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