“UNA MUJER DE LAS QUE YA NO HAY”
Isaías López Abundis
Doña Angela Abundis Franco, es de esas mujeres que ya no existen (salvo
algunas honrosas excepciones); porque en la actualidad, las mujeres
buscan la conveniencia, incluso algunas jovencitas creen que casándose
resuelven su vida al tener quien las mantenga, y algunas madres
aconsejan a sus hijas para que escojan al mejor partido; y ¿quién es el mejor partido? Pues aquel que tiene más dinero, que tiene carro, terrenos, ganado, etc.
Doña Angela, es Mi Madre. Es ella como una “Cucuchita” que hasta en la
desgracia canta, menudita, de andar ligero; a sus 88 años, asemeja una
codorniz a punto de emprender el vuelo. Una mujer de carácter y
determinación y al mismo tiempo; sensible, alegre, dicharachera,
declamadora y cantadora.
Nos contaba mi padre Isaías López Oliva
(+), que el amor les pegó con fuerza; ella, dedicada a las labores del
hogar; él, músico de cuna humilde, sólo contaba con el respaldo de Don
Melquiades Bautista Priego (+), hombre acaudalado de mi pueblo de Azoyú,
(con quien trabajaba). Mi abuelo Manuel Abundis Priego, que también
contaba con sus tierras y ganado vacuno, no aprobaba su noviazgo por
razones obvias. Sin embargo, llegó el día en que Don Melquiades y otras
personas fueron a pedir la mano de mi madre para mi papá; mi abuelo
Manuel no pudo negarse al “pedimento” ya que Don Melquia era su pariente
y además lo respetaba mucho. Ya en la plática, mi abuelo manda a llamar
a mi madre y le dice; mira hija: estos señores vienen a pedir tu mano
para Isaías, y dicen que tú estás de acuerdo, yo te pregunto; ¿tú te
mandaste pedir? Antes de que me contestes, te digo que ese joven es muy
pobre y podrás pasar muchas carencias.
Y la joven Angelita, con ese
valor y esa determinación que le caracterizan hasta la fecha (a sus
ochenta y ocho años), le dice a mi abuelo: mire apá, con todo el respeto
que se merece; sí, es cierto, estoy de acuerdo porque quiero a Isaías,
sé que es muy pobre pero primero Dios, y con la bendición de usted y mi
mamá saldremos adelante, y si él en su pobreza no pudiera comprarme
vestidos nuevos, usaré los mismos volteando lo de atrás para adelante.
Se levanta mi abuelo y exclama, ¡Señores, no se hable más! Mi hija se casará con Isaías, ustedes pongan la fecha!
A cambio de ese gesto, y por amor; mi padre jamás le levantó la mano a
mi mamá, y duraron 58 años de casados, siempre unidos, siempre
auténticos, apegados a Dios, ricos de cariño y amor, hasta el año dos
mil cinco, año en que el Creador se lo llevó a él. Y aún tenemos la
fortuna de contar con su presencia, aún sumida en sus recuerdos y
añoranzas del lejano ayer, riendo en ocasiones con nosotros y llorando
en otras, según las vivencias del pasado que nos llegan a la memoria, y a
la mesa que algún día compartimos con mi padre.
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