domingo, 20 de octubre de 2013

"Hombres que dejan huella"



HOMBRES QUE DEJAN HUELLA
“MEÑO PANCHÍ”
ISAÍAS LOPEZ ABUNDIS.

Se, que una nueva luz// habrá de alcanzar nuestra soledad// y que todo aquel, que llega a morir// empieza a vivir una eternidad.
Hoy en día, en las ciudades, se van perdiendo los valores; el saludo diario, la capacidad de asombro, la solidaridad en la alegría y en la tristeza el acompañamiento en los actos mortuorios. En las agencias fúnebres, se ve sola la caja con el cuerpo del difunto, en el velatorio muy pocos le acompañan; en los nuevos panteones todo se privatiza y todo se prohíbe, un ramo de flores artificiales adornan lo poco que asoma de la tímida tumba, cubierta de pulcro pasto, (yo no se cómo le harán en Todos santos). En la provincia, el que se conmueve y llora a sus anchas, es el pueblo.
            Epigmenio Panchí Sánchez, “Meño”, nació el día 13 de mayo de 1939 y falleció el día 15 de  de diciembre de 2008. Voy a dar sus pormenores: Meño era un gran hombre, y no precisamente por su estatura; (medía como 1.70 mts.); moreno, de raza afromestiza, de raíces Juchitecas por su padre Don Prisco Panchí López, y huehuetecas por su madre, la señora de cabello “cuculuste”, bigotón, sincero, de mirada franca, bohemio, cantador de bien timbrada voz, sus canciones preferidas “Quémame los ojos” y “Mar” (de José Alfredo Jiménez), dicharachero siempre alegre; su risa clara y contagiosa sonaba como agua vaciada de un cántaro, donde él se encontrara, nadie estaba serio ó aburrido. Acostado en su hamaca de frente al mar, a pregunta expresa contestaba un día: aquí s´toy esperando el barco que me regrese a mi otra patria (Africa). Cierto día, un amigo después de convivir con él se despide diciéndole: -otro día te visito Meño, a ver si te encuentro-, a lo que Meño le contesta, -sí amigo, aquí me jallas (y señalando con el dedo le dice) si no me jallas en esta hamaca, me jallas en aquella otra!.
Todos sus amigos fuimos siempre bien recibidos en su casa junto al mar, ahí en la  “Playa  Las Peñitas” de Marquelia; fue amigo de Don David Bautista y de Tarcisio Estrada, (ya fallecidos también); así mismo, fue amigo de Presidentes Municipales, Diputados, de gente de dinero y de gente humilde; en distintas ocasiones estuvimos con él  los siguientes músicos: los integrantes del mariachi Azoyú: Polo Moctezuma, Ramón Estrada, el Ing. Pancho Villa,  Cándido Castellanos, Alfredo “Capello” Niño, Juan Godínez, así como: Amante Sugía, Angel Damián, Juan Carlos “Juanillo” Anzo, Adrián “El pajarito”, Tony Magallón, el que esto escribe, y muchos, muchos más.
Sus amigos más asiduos: Sabdí Bautista, de Azoyú, Don Pancho Santos Domínguez, de San Luis Acatlán; y José María “Chema”  Romero de Atoyac de Alvarez, Gro., pero uno que fue como su hermano, lo fue Heriberto Carmona Astudillo, de Marquelia, quien al fallecer el 15 de noviembre de 2006, se le vió a Meño llorar, y se le escuchó decir: “Beto me ha pega´o un balazo, y creo que esta herida nunca me va a sanar”.
En su velación, infinidad de amigos, gente de Juchitán, de Huehuetán, y de toda la Región le acompañamos. Una “música de viento” sobrecogía aún más el corazón con sus  valses y piezas fúnebres, lo que contrastaba con las risas que provocaba el recuerdo de sus chistes y anécdotas, y con los emotivos  versos del “Andariego” y “No me guardes luto”, que un dueto cantaba acompañados por sonoras y lastimeras guitarras.
Su cuerpo fue sepultado en Juchitán volviendo a sus orígenes. Lo llevaron a despedirse de la iglesia del pueblo, y como diría López Velarde, “Mientras del esbelto campanario, salen y rayan los cielos las palomas con sus vuelos, cual si  las torres “Meño”, te dieran la bienvenida agitando sus pañuelos”.
Le sobreviven sus hermanos Juvenal, Roberto, Gelacio y Adelfa, su esposa María Salas, sus hijos: Chicho, Filomeno, Andrés, Ricardo, Joaquín, Javier, Liliana y Prisma, y la numerosa familia Panchí. 
De las canciones que él cantaba, sus letras cobran vida en su ausencia, como esa que dice:  “deja que tus manos no sientan el frío// el frío terrible de la soledad// quémame los ojos, si es preciso vida// pero nunca digas que no volverás”. Y la otra que repite y que termina: “Mar, llegaste hasta la orilla que Dios te señaló// Mar, no puedes abarcar aunque quisieras más que yo// yo, que quiero a fuerzas adueñarme de tu amor// pero siempre mi vida, se detiene en la orilla// que Dios también a mí me señaló”.
¡Hasta la vista, Meño!, por más rápido que vayas...algún día te alcanzaremos, pues: el camino, cada día se hace más corto!
Si apenas al mediodía, el sol estaba radiante, omnipresente; y a la tarde lo sentimos tibio,  nostálgico, agónico; y le miramos entre anaranjado y rojizo, con su cauda de cuitas e ilusiones malogradas, que habrá de reinventar para renacer al alba con nuevas esperanzas y dar vida a nuevas vidas.

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